Me voy de fiesta. Porque, ¿cómo voy a estar tanto tiempo sin un rato de buen rollo, baile, gritos, copas y amiguetes? Total, soy invulnerable. Total, si lo pillo, será como una gripe. Total, soy más list@ que los pringaos que cumplen las restricciones. Total, ¿qué me puede pasar?
Luego, familias enteras contagiadas. UCI saturadas. Personal sanitario agotado y enfadado -con razón- por tener que estar atendiendo a imprudentes que decidieron que esto no iba con ellos (hasta que fue).
Todo esto está demostrando tres heridas bastante extendidas en las familias y la educación:
1) La de la falta de responsabilidad que nace de no querer ver las consecuencias de los actos.
2) La de la debilidad de quienes no son capaces de renunciar a las dosis de diversión que exigen como un imperativo categórico (¿será que en lugar de diversión es evasión?).
3) La del egoísmo, puro y duro. Egoísmo de quien elige el riesgo sabiendo que terminará poniendo en peligro a padres, abuelos, vecinos… y en definitiva contribuyendo a que esta sociedad siga colapsada. Eso sí, entonces la culpa será de los sanitarios o de quien se tercie.
A veces una buena bofetada es lo que necesitaban algunos.