“¡Profe!, ¿Por qué hay tantos dorados en la Iglesia?… y ¿Quiénes son todas esas mujeres?, ¿por qué los ángeles son niños? ¿Por qué ese hombre que se parece a Papá Noel tiene una espada en la mano?”
Éstas y muchas otras preguntas hacen los niños de catequesis, y los no tan niños cuando por fin paran unos minutos y se quedan mirando las imágenes de nuestra Iglesia.
Todo templo habla de Dios, pues éste es lugar de su presencia, y casa donde no sólo se nos da a conocer, sino donde Dios quiere entregarnos su misma vida. Y esta vida, no deja de ser un misterio magnánimo donde zambullirnos cual peces en el mar.
Las paredes de todo templo cristiano, empezando históricamente por las catacumbas y cementerios donde descansaron los primeros discípulos, nos manifiestan a través de imágenes y símbolos la vida eterna que anhelamos y que ya aquí podemos gustar. La belleza y la alegría del encuentro con el Señor son tan desbordantes que uno, no puede callar, pues nace compartir a ése que me ha mirado con amor. Así, espontáneamente, nacen las primeras catequesis. Desde Abraham, los ancianos y profetas del antiguo testamento[1], pasando por Moisés[2], y el rey David[3], hasta los pobrecillos del Evangelio[4] y los santos de todos los tiempos fueron catequistas. Hablaron pues de Dios, o más bien Dios hablaba en ellos al hombre, con el que quería estar en todo momento. Así, no es de extrañar que hasta las piedras hablen (Lc 19, 40).
En nuestro caso, las paredes de este templo hablan sobre todo de María.
Nada más entrar por la puerta aparecen iconos de las letanías a la virgen que se reparten entre la vidriera del portón de la Iglesia y el retablo del altar: “Trono de Sabiduría”, “Estrella del Mar”, “Rosa Mística”, “Torre de David”, “Arca de la Alianza”, “Vaso espiritual, “Puerta del Cielo”, “Salud de los Enfermos”. Ya desde el principio nos invita a una reflexión: ¿De qué modo es María o cómo se cumplen en ella todas estas cosas? ¿Y qué tienen que ver estos piropos a la virgen con mi vida?
Y meditando, damos unos pasitos más. Quizá para sentarnos en el último banco de la nave y ver sobre nuestras cabezas algunos óvalos con más imágenes (obra del pintor Remigio Soler, 1961). Esta vez son escenas del evangelio: “La Presentación del Niño Jesús en el templo”, “la Huida a Egipto”, “Jesús perdido y hallado en el templo”, “Jesús encuentra a su Madre en la pasión”,” Jesús muere en la Cruz”, “Jesús muerto en brazos de su Madre”, “Jesús en el sepulcro”. Y se ve a María que está, que permanece en el tiempo, que no se echa atrás ante la adversidad, que en medio del dolor camina en obediencia de fe y de amor. Y la miro a ella, y me parece que mis sueños profundos pueden cumplirse; que mis adversidades puedo afrontarlas mejor, que mis miedos pierden fuerza y mis dolores pueden sobrellevarse, porque estoy con mi Señor, como ella lo estuvo.
Pero me distraigo una vez más y me quedo asombrada por los dorados de nuestro retablo. Acerca de él podríamos decir muchos detalles técnicos como que está hecho de madera de pino de Soria por el escultor António Sanjuán en el año 1951; que es de estilo neobarroco clasicista con recuadros a ramaje; en paneles de oro e imágenes policromadas tanto esculpidas como pintadas; y que su estructura se organiza en tres cuerpos alzados sobre una predela de mármol con cinco calles verticales. O también se pueden mencionar detalles históricos como que éste sustituyó a otro retablo que se incendió durante la guerra civil; que se costeó por el ayuntamiento de aquella época y por las Hijas de María; que las figuras de la base que representan a San Pedro y a San Pablo fueron pintadas al óleo por una feligresa de la parroquia (D. María Monrós Giner); o que los últimos detalles del retablo concluyeron en el año 1964[5]. Pero si solamente nos quedáramos en esto, aunque muy interesante y bonito (pues forma parte de la historia de nuestro pueblo), vano sería nuestro relato o nuestra visita.
Y todo este esfuerzo, toda esta obra, tan solo pretende que la miremos a Ella: Una virgen. “La virgen se llamaba María” (Lc 1, 27).
Aquí podemos contemplarla en otros pasajes de su vida: en la Anunciación, La Visitación y la Asunción, y saliendo del retablo, en dos cuadros que miran hacia el altar (también Remigio Soler) la Presentación de la niña María en el templo a un lado, y las Bodas de Caná al otro. Se trata de una riqueza imaginaria que nos hace, quizá, vaciarnos de otras imágenes que nos han podido llenar de tristeza y desesperanza.
Aquí María nos recuerda su vida silenciosa en Nazaret, junto a sus padres Joaquín y Ana. Ambos se encuentran muy graciosamente representados en el retablo (pues parece que dicen: “esta que veis aquí es nuestra hija amada, la que Él eligió para sí y para el mundo”).[6] También se ve la escucha de María al Arcángel Gabriel, y la acogida del Espíritu Santo. Contemplativa ella, y en una postura arrodillada tanto en la Anunciación como en la Visitación, será al final, por Él ascendida.
Y la vemos además rodeada de ángeles, cosa que a los niños les llama mucho la atención. Ángeles que misteriosamente nos han custodiado a lo largo del camino, también a María, y que se representan como niños. Pues los niños poseen la inocencia, reconocen a Dios como Padre y le obedecen en sus designios, y son jóvenes, pues viven del Espíritu Santo que no conoce el pecado que envejece la carne. ¿Podréis descubrirlo sobre la madera?…y, ¿sobre vuestra vida?, ¿habréis visto ángeles, portadores del Espíritu Santo de carne y hueso aquí en la tierra?…
Pero volvamos a la pureza de los ángeles del cielo. Yo, me miro a mí mismo/a y…no me reconozco como la Inmaculada Concepción… ¡pues anda que no he hecho o pensado yo cosas malas en mi vida…!
Pues el Apóstol San Pablo (el de la espada de la verdad, que según algún niño se parece a Papá Noel) mirando con amor a la virgen, nos recuerda lo siguiente: “Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo sino hijo; y si eres hijo, también eres heredero por la voluntad de Dios”. (Gálatas 4, 4-7)
Para explicar esto, haría falta un teólogo, pero os contaré algo que una mujer con mucha sabiduría me explicó una vez a mí y que me ayudó mucho a presentarme tal cual estaba de “impura” ante Dios: “Sólo Dios es puro. Yo como criatura suya, solo puedo presentarme valientemente con mis pecados ante el altar y dejar que Dios, me revista una y otra vez de su pureza, la misma con la que revistió a María desde el principio de la creación (representada siempre por ese manto azul)”. Éste es el vestido que nos devuelve la condición de hijos de Dios. La Inmaculada que vemos en el centro del retablo parece saber esto mismo que san Pablo nos describe, y por ello mira directamente hacia el altar, indicándonos cuál es la fuente de su pureza: Jesús vivo y presente en la eucaristía.
Entonces, si me dejo revestir así, es cuando siento que mi inocencia y mi juventud me han sido devueltas y me asemejo, por dentro y quién sabe si también por fuera, a tales querubines que se encuentran por todas partes, no por mérito propio, sino por gracia. Porque Dios me ama, su amor me da alas.
Esto desde luego es lo más gozoso. Sin embargo, mucho más cabría decir de la Inmaculada. Entre otras cosas que la “Llena de gracia” (Lc 1, 28), precisamente por esto mismo está vaciada de pecado y su libertad humana se adhiere siempre aunque no sin esfuerzo a la voluntad de Dios. Recordemos que María también “se turbó”, como nos relata el evangelista San Lucas en la Anunciación. Es de suponer además que también se turbaría a lo largo de toda su historia, indicando con ello, que existe dentro de todo ser humano una lucha entre el bien y el mal, lucha que se ve representada cuando la Virgen pisa la cabeza de la serpiente. Así dice el Papa Francisco que “Ella es el único «oasis siempre verde» de la humanidad, la única incontaminada, creada inmaculada para acoger plenamente, con su «sí» a Dios que venía al mundo y comenzar así una historia nueva.”[7] .
Nosotros estamos pues llamados a lo mismo: a decirle desde nuestra pequeñez y libertad que sí al Señor. Por tanto, yo personalmente me uno a las oraciones de los cristianos que, constantemente en la liturgia pedimos ser colmados de Su gracia, como lo hizo con la virgen, para cumplir Su Voluntad. Pero este camino que necesariamente pasa por la Cruz (la cual también podemos ver en el centro de la estructura).
“De la cruz a la luz”… decía siempre un sacerdote que una vez conocí. Pero, para los que aún nos asustamos cuando vemos la cruz…la Virgen o también el Arcángel Gabriel desde la madera nos pueden recordar lo siguiente: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1, 35). Y si con ello aún no se nos quita el miedo, mirad por encima del manifestar (lugar donde se expone la custodia o donde normalmente vemos la cruz). ¿Lo veis? Esta pequeña imagen dorada (el color dorado representa la gloria de Dios) que reposa sobre el evangelio sellado, nos dice que la “Victoria es del Cordero” (Ap 6, 9-10) y que la muerte ya ha sido vencida.
Por último, levantamos aún más la mirada y descubrimos en lo alto al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo. El Padre que nos bendice con su mano derecha, que es su Hijo y que sentado a ese lado, nos enseña y regala su corazón de hombre. Y el Espíritu que es el que los une en un mismo amor, y que muestra este poder sobre todo en la cruz. Casi parece que nos estén invitando a subir ahí con ellos.
Finalmente, salimos del templo descansados, confiados y renovados, y, por si no nos habíamos dado cuenta: también ahí está María, sobre ambos dinteles de las puertas saludando de nuevo: “Ésta es mi casa, ésta es tú casa”.
Con esta Madre, no me extraña que le dieran el título de Alcaldesa Perpetua de Bétera (como indica uno de los ángeles del retablo que le está dando el bastón de mando).
Sé que me dejo muchísimas imágenes en el tintero, muy dignas de mención. Por ello, a parte de invitarles a descubrirlas, me gustaría lanzar desde aquí una propuesta: compartan con nosotros cuándo o de qué manera les han ayudado las imágenes de nuestro templo en su camino de fe. Pues cuando la fe se comparte, esta crece.
Si se animan, pueden hacerlo através de la dirección de correo que aparece arriba en el margen derecho.
¡Un Saludo y Feliz Año Santo a todos!
[1] (Hb 1, 1-4);
[2] Moisés (Dt 6, 7) (Ex 34, 29)
[3] David (2 S 6)
[4] María (Lc 1, 46-55), Juan Bautista (Mt 3, 11; Mc 1, 8), los pastores (Lc 2, 17), La samaritana (Jn 4, 28), el enfermo de Betsaida (Jn 5, 14), el paralítico curado (Lc 5, 25-26; Mt 9, 8; Mc 2, 12), el hijo de la viuda de Naín (Lc 7, 16), el Endemoniado de Gerasa (Lc 8, 39; Mc 4,20) los dos ciego (Mt 9,31),el leproso (Mc 1, 45), las mujeres-testigo de la Resurrección (Lc 24, 9; M 28, 8; Jn 20, 18), los discípulos de Emaús (Mc 16), los apóstoles (Jn 6, 14; Lc 24, 50; Mc 16, 20; Jn 20, 24), etc.
[5] Nuestra Parroquia. Conchin Pià Carretero. 2015
[6] Iglesia Parroquial de la Purísima Concepción de Bétera, Joan Manuel Pons Campos, 2014.
[7] Papa Francisco: ÁNGELUS Plaza de San Pedro, Viernes 8 de diciembre de 2017