Compleja es la vida y, más en estos momentos con esta situación. Cuando llego a casa, después de salir lo justo y necesario, con todas las medidas sanitarias oportunas, tiene lugar el ritual de limpieza externa. Pienso y me doy cuenta de que hay personas que se han ido depositando en mí, y como me cuestionan al verlas.
Y es que, a pesar de que sales a comprar (el que puede salir) la relación con la gente que tratas es más breve; sí que se percibe mucho del temor de la situación, tanto en sus familias como trabajos… Hay protocolos establecidos para saber cómo salir de casa, ir al trabajo; pero no los hay para acoger nuestras preocupaciones, por el dolor de la pérdida de seres queridos, la gestión de la enfermedad en el entorno familiar (cuando el aislamiento no es tan posible), las despedidas entre parejas, entre padres e hijos, hermanos… No sirve en estos momentos el tacto, y tampoco la calidez, me siento frío, protegido tras la mascarilla (necesaria).
Por eso pido que mis ojos digan. Pido al Señor que sea capaz de mirar como Él en medio de todo esto. Que mi mirada acoja y abrace. Y que sepa transmitir el agradecimiento por lo que me he ido encontrando, personas pacientes, que tras tiempo de espera dan las gracias, que escuchan y aceptan.
Vuestro párroco